Siempre me ha invadido un gran desasosiego al enfrentarme a temas relacionados con la crueldad humana en cualquiera de sus manifestaciones. Me ocurre debido al sufrimiento que me han provocado siempre películas como “Missing”, de Costa Gavras, “Gallipoli”, de Peter Weir, “La lista de Schindler” o, más recientemente, “El pianista”. Son películas que he visto una vez, me he rebozado en el horror durante su visión, y dudo que vuelva a verlas otra vez, a menos que lo hiciera para mostrarle a mi hijo de lo que puede llegar a ser capaz el ser humano cuando la locura de la sangre se apodera de el.
Tuve el primer contacto con el horror cuando leí “Odessa”, ya comentada en este blog, novela en la que se relata la trayectoria de un superviviente del holocausto. He leído infinidad de artículos y libros en los que se contaba la tragedia, esa y otras, como las barbaries perpetradas en las dictaduras de Pinochet, los militares argentinos o el mismísimo Pol Pot en Camboya.
Puede que fuera esa especie de aprensión ante el horror una de las razones que me han llevado a retrasar, de forma quizá inconsciente, la lectura de “La búsqueda”, de Blanca Miosi. Utilizando autoexcusas como la falta de tiempo o motivos familiares, relegaba la lectura de un libro que compré hace más de seis meses.
No sé realmente cual fue el motivo que me empujó a cogerlo de la estantería antes de ayer. Quizá se tratara de mi reciente viaje a Alemania, o de la atractiva portada, tantas veces vista y otras tantas abandonada de nuevo. El caso es que empecé a leerlo...
Y amigos, os juro que no pude parar.
De no ser por razones de todos conocidas como son el trabajo o las necesidades físicas que nos suelen acompañar, habría acabado con el libro el mismo día. No pudo ser, y lo terminé anoche. Anteayer tuve que cerrarlo finalmente a las dos de la madrugada, con grave perjuicio para mi rendimiento laboral del día siguiente.
¿Qué es lo que tanto me atrajo de la historia de Waldek Grodek, tan magistralmente narrada por Blanca Miosi, como para no poder despegarme del libro hasta acabarlo?. Después de razonar durante bastante tiempo, he llegado la conclusión de que lo que más me atrajo del libro fue un aspecto muy simple: su sencillez. Los aspectos que nos narra Waldek en sus memorias están filtrados por su especial visión, una visión sencilla, sumamente humana y en ciertos aspectos bastante inocente. Waldek parece conservar para siempre esa inocencia que le hace sentir fascinación, de niño, ante los uniformes militares que, en un gran desfile en una gran avenida de su querida Polonia, rinden homenaje al monstruo que desencadenó esa gran tragedia para la humanidad.
Existen otros libros posiblemente más conocidos sobre las vivencias en un campo de concentración, pero el que nos escribe Waldek es sin duda uno de los más humanos que jamás haya leído. El mismo Waldek nos dice en varias ocasiones que no cree en la política, que desconfía de unas personas que, sin ningún remordimiento, permitieron a Hitler destruir casa por casa, piedra por piedra, la ciudad de Varsovia. Ese desprendimiento del matiz político, se refleja en sus escritos, tanto en los referidos a sus tiempos en los campos de Gusen y Mauthausen como en los que nos cuenta sus peripecias en Francfurt con su amigo Stefan como su salto a ese “paraíso de palmeras y mujeres” que constituía para Waldek el Perú. Por poner un ejemplo de lo que quiero decir, creo que otras joyas reconocidas de la literatura universal, como “Vida y destino”, “Archipiélago Gulag” o “Doctor Zhivago”, se pierden tanto en disquisiciones políticas y descripciones de los artífices de la tragedia (Hitler, Stalin, Trujillo...) que llegan a aburrir un poco al lector que busca más el lado humano del infierno, un matiz del que “La búsqueda” anda más que sobrada.
Resulta también sumamente fascinante la capacidad de Waldek para analizar el alma de cada persona que se cruza en su camino, por encima de cualquier otra consideración. Valora en gran medida a Neumann, el médico alemán que le salva la pierna incrustándole un trozo de hueso de un cadáver también alemán. Se enamora de Helga, una mujer de oscuro pasado nazi, y nos dice, en una inolvidable frase del libro, que recuerda la actitud reflejada en la película “portero de noche”, que “parecía que ella supiese pulsar en mi el vestigio del Waldek sumiso de los días de Mauthausen”. Waldek está muy por encima de la mera catalogación a la que solemos someter a nuestros semejantes. Es siempre capaz de encontrar el lado humano de quien le trata, desde el árabe embaucador y sin embargo simpático que conoce en Perú, hasta el mismo Kéller, un ex agente de la Gestapo que le acoge como a un hijo. Como reciprocidad a su condescendiente y amable naturaleza, es cierto también que Waldek ha tenido la gran suerte de conocer, incluso en el interior del infierno, a gente buena que le ayuda a sobrevivir, como la joven prostituta que le llama cuando quiere arrojarse a las alambradas electrificadas para acabar de una vez con todo después de recibir una brutal paliza, hasta Krulik, el técnico de la fábrica de aviones que le ayuda, pasando por Mónica, la mujer que le cura el paludismo en Perú.
A lo largo de su periplo vital, y de su “búsqueda”, Waldek pasará de la riqueza “a las más altas cimas de la pobreza”, como diría Groucho Marx, sin importarle un carajo su situación. Se sabe capaz, después del infierno vivido en su juventud, de solventar cualquier situación en la vida, por muy adversa que esta sea. Lleva con la misma elegancia un traje forrado de billetes en Nápoles que un mono de color gris en Perú. No es su aspecto lo que le importa (aunque le ayuda mucho con las mujeres, no cabe duda), sino su alma, su forma de ser, esa filosofía particular que le permite caminar con la cabeza alta en cualquier circunstancia. No duda un momento en quedarse con una mano delante y otra detrás para librarse de un matrimonio opresivo en Perú, o en acompañar al árabe en sus extraños negocios con telas “Made in England”. No vive la vida, en una palabra: la devora. Es envidiable la forma en que alguien que ha conocido de cerca la muerte se sustrae a ella para vivir intensamente.
El libro nos narra momentos terribles de una forma que les quita en cierto modo carga. Waldek mira fascinado, sin sentir nada, como se retuercen los cadáveres, como si estuvieran vivos, en el horno crematorio. Ha visto ya tanto horror que se ha vacunado contra el. El episodio de las torres gemelas se narra desde su punto de vista, siempre humano, siempre alerta a la supervivencia que ha desarrollado en sus sentidos tanto padecimiento. Este último horror, que le hace desistir en su búsqueda y le convence para siempre de que el mal siempre está acechando, lo vive Waldek al extremo, a punto de morir ahogado por el humo. Es memorable la frase que pronuncia hacia el final de la novela, cuando dice “¿Qué clase de gen de maldad comparten Hitler, Stalin, Bin Laden y tantos otros que han provocado la desdicha y siguen provocando la desdicha de tantos millones de personas? Y lo más extraño de todo: ¿porqué tanta gente los sigue?”. Esto último es algo que me he preguntado en infinidad de ocasiones. El terrorismo no existiría si no hubiera una cantera de fanáticos dispuestos a mantenerlo. Resulta imposible acabar con eso.
Desconozco la aportación de Blanca Miosi a las memorias de Waldek. Hago conjeturas, y me imagino a Waldek, con un vaso de Schnaps o Vodka en la mano, noche tras noche, contándole a Blanca su peripecia vital, que la gran escritora transformará en una bella historia inmortal. Podría ocurrir también que ella recibiera el manuscrito y lo transformara, dotándole de esa fuerza vital que tiene. Podría ser que el manuscrito en si ya tuviera esa fuerza, y que Blanca lo aderezara con algunos pasajes producto de su imaginación. Podría resultar incluso que todo el libro, incluido el personaje, fuera una invención de Blanca...Esta última conjetura se disipa al visitar el blog de la novela y comprobar que Waldek es un personaje de carne y hueso, que conoce a Blanca y que aparece con ella en algunas fotografías. Os invito a visitar el blog, tan magnífico como el libro, en esta dirección:
http://labusqueda-por-blancamiosi.blogspot.com/
Os puedo asegurar que no os defraudará.
Mi más sincera felicitación, Blanca, por esta gran novela, y por favor: no nos hagas esperar mucho hasta tu próxima aportación a la literatura con mayúsculas.
Tuve el primer contacto con el horror cuando leí “Odessa”, ya comentada en este blog, novela en la que se relata la trayectoria de un superviviente del holocausto. He leído infinidad de artículos y libros en los que se contaba la tragedia, esa y otras, como las barbaries perpetradas en las dictaduras de Pinochet, los militares argentinos o el mismísimo Pol Pot en Camboya.
Puede que fuera esa especie de aprensión ante el horror una de las razones que me han llevado a retrasar, de forma quizá inconsciente, la lectura de “La búsqueda”, de Blanca Miosi. Utilizando autoexcusas como la falta de tiempo o motivos familiares, relegaba la lectura de un libro que compré hace más de seis meses.
No sé realmente cual fue el motivo que me empujó a cogerlo de la estantería antes de ayer. Quizá se tratara de mi reciente viaje a Alemania, o de la atractiva portada, tantas veces vista y otras tantas abandonada de nuevo. El caso es que empecé a leerlo...
Y amigos, os juro que no pude parar.
De no ser por razones de todos conocidas como son el trabajo o las necesidades físicas que nos suelen acompañar, habría acabado con el libro el mismo día. No pudo ser, y lo terminé anoche. Anteayer tuve que cerrarlo finalmente a las dos de la madrugada, con grave perjuicio para mi rendimiento laboral del día siguiente.
¿Qué es lo que tanto me atrajo de la historia de Waldek Grodek, tan magistralmente narrada por Blanca Miosi, como para no poder despegarme del libro hasta acabarlo?. Después de razonar durante bastante tiempo, he llegado la conclusión de que lo que más me atrajo del libro fue un aspecto muy simple: su sencillez. Los aspectos que nos narra Waldek en sus memorias están filtrados por su especial visión, una visión sencilla, sumamente humana y en ciertos aspectos bastante inocente. Waldek parece conservar para siempre esa inocencia que le hace sentir fascinación, de niño, ante los uniformes militares que, en un gran desfile en una gran avenida de su querida Polonia, rinden homenaje al monstruo que desencadenó esa gran tragedia para la humanidad.
Existen otros libros posiblemente más conocidos sobre las vivencias en un campo de concentración, pero el que nos escribe Waldek es sin duda uno de los más humanos que jamás haya leído. El mismo Waldek nos dice en varias ocasiones que no cree en la política, que desconfía de unas personas que, sin ningún remordimiento, permitieron a Hitler destruir casa por casa, piedra por piedra, la ciudad de Varsovia. Ese desprendimiento del matiz político, se refleja en sus escritos, tanto en los referidos a sus tiempos en los campos de Gusen y Mauthausen como en los que nos cuenta sus peripecias en Francfurt con su amigo Stefan como su salto a ese “paraíso de palmeras y mujeres” que constituía para Waldek el Perú. Por poner un ejemplo de lo que quiero decir, creo que otras joyas reconocidas de la literatura universal, como “Vida y destino”, “Archipiélago Gulag” o “Doctor Zhivago”, se pierden tanto en disquisiciones políticas y descripciones de los artífices de la tragedia (Hitler, Stalin, Trujillo...) que llegan a aburrir un poco al lector que busca más el lado humano del infierno, un matiz del que “La búsqueda” anda más que sobrada.
Resulta también sumamente fascinante la capacidad de Waldek para analizar el alma de cada persona que se cruza en su camino, por encima de cualquier otra consideración. Valora en gran medida a Neumann, el médico alemán que le salva la pierna incrustándole un trozo de hueso de un cadáver también alemán. Se enamora de Helga, una mujer de oscuro pasado nazi, y nos dice, en una inolvidable frase del libro, que recuerda la actitud reflejada en la película “portero de noche”, que “parecía que ella supiese pulsar en mi el vestigio del Waldek sumiso de los días de Mauthausen”. Waldek está muy por encima de la mera catalogación a la que solemos someter a nuestros semejantes. Es siempre capaz de encontrar el lado humano de quien le trata, desde el árabe embaucador y sin embargo simpático que conoce en Perú, hasta el mismo Kéller, un ex agente de la Gestapo que le acoge como a un hijo. Como reciprocidad a su condescendiente y amable naturaleza, es cierto también que Waldek ha tenido la gran suerte de conocer, incluso en el interior del infierno, a gente buena que le ayuda a sobrevivir, como la joven prostituta que le llama cuando quiere arrojarse a las alambradas electrificadas para acabar de una vez con todo después de recibir una brutal paliza, hasta Krulik, el técnico de la fábrica de aviones que le ayuda, pasando por Mónica, la mujer que le cura el paludismo en Perú.
A lo largo de su periplo vital, y de su “búsqueda”, Waldek pasará de la riqueza “a las más altas cimas de la pobreza”, como diría Groucho Marx, sin importarle un carajo su situación. Se sabe capaz, después del infierno vivido en su juventud, de solventar cualquier situación en la vida, por muy adversa que esta sea. Lleva con la misma elegancia un traje forrado de billetes en Nápoles que un mono de color gris en Perú. No es su aspecto lo que le importa (aunque le ayuda mucho con las mujeres, no cabe duda), sino su alma, su forma de ser, esa filosofía particular que le permite caminar con la cabeza alta en cualquier circunstancia. No duda un momento en quedarse con una mano delante y otra detrás para librarse de un matrimonio opresivo en Perú, o en acompañar al árabe en sus extraños negocios con telas “Made in England”. No vive la vida, en una palabra: la devora. Es envidiable la forma en que alguien que ha conocido de cerca la muerte se sustrae a ella para vivir intensamente.
El libro nos narra momentos terribles de una forma que les quita en cierto modo carga. Waldek mira fascinado, sin sentir nada, como se retuercen los cadáveres, como si estuvieran vivos, en el horno crematorio. Ha visto ya tanto horror que se ha vacunado contra el. El episodio de las torres gemelas se narra desde su punto de vista, siempre humano, siempre alerta a la supervivencia que ha desarrollado en sus sentidos tanto padecimiento. Este último horror, que le hace desistir en su búsqueda y le convence para siempre de que el mal siempre está acechando, lo vive Waldek al extremo, a punto de morir ahogado por el humo. Es memorable la frase que pronuncia hacia el final de la novela, cuando dice “¿Qué clase de gen de maldad comparten Hitler, Stalin, Bin Laden y tantos otros que han provocado la desdicha y siguen provocando la desdicha de tantos millones de personas? Y lo más extraño de todo: ¿porqué tanta gente los sigue?”. Esto último es algo que me he preguntado en infinidad de ocasiones. El terrorismo no existiría si no hubiera una cantera de fanáticos dispuestos a mantenerlo. Resulta imposible acabar con eso.
Desconozco la aportación de Blanca Miosi a las memorias de Waldek. Hago conjeturas, y me imagino a Waldek, con un vaso de Schnaps o Vodka en la mano, noche tras noche, contándole a Blanca su peripecia vital, que la gran escritora transformará en una bella historia inmortal. Podría ocurrir también que ella recibiera el manuscrito y lo transformara, dotándole de esa fuerza vital que tiene. Podría ser que el manuscrito en si ya tuviera esa fuerza, y que Blanca lo aderezara con algunos pasajes producto de su imaginación. Podría resultar incluso que todo el libro, incluido el personaje, fuera una invención de Blanca...Esta última conjetura se disipa al visitar el blog de la novela y comprobar que Waldek es un personaje de carne y hueso, que conoce a Blanca y que aparece con ella en algunas fotografías. Os invito a visitar el blog, tan magnífico como el libro, en esta dirección:
http://labusqueda-por-blancamiosi.blogspot.com/
Os puedo asegurar que no os defraudará.
Mi más sincera felicitación, Blanca, por esta gran novela, y por favor: no nos hagas esperar mucho hasta tu próxima aportación a la literatura con mayúsculas.
1 comentario:
Felixon, me has dejado sin palabras. Siempre imaginé cómo leerían mis libros, si de un tirón, si por partes, o si lo dejarían abandonado después de hojearlo. No hay mejor música para mis oídos que escuchar, en este caso, leer, que no has podido desprenderte de mi libro hasta terminarlo ¡en la madrugada! es un tremendo honor, el mejor reconocimiento, que me puedan hacer. Sin embargo, debo decir que la historia ya existía, lo que hice fue escribirla, y gran parte del mérito lo debo en gran medida a un buen amigo, Fernando Hidalgo, que me ayudó mucho a alejarme un poco de la historia y verla con ojos de escritora. El protagonista es mi esposo, gracias a él y a Fernando, la historia es ahora un libro del que me siento muy satisfecha.
Muchísimas gracias por tus palabras, amigo, y por supuesto que seguiré escribiendo.
Besos,
Blanca Miosi
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