sábado, 18 de febrero de 2012

La arena del reloj, de Mayte Esteban

“Cuando Ya has vivido parte de tu vida sientes la necesidad de mirar hacia atrás, de recordar acontecimientos que marcaron tu pasado y condicionaron lo que entonces era tu futuro. Novalis decía que la vida debe ser una novela que inventamos y yo creo que todas las vidas, por sencillas que parezcan, llevan escondida una novela”
Este es el comienzo, el magnífico comienzo, del libro que Mayte Esteban ha dedicado a la memoria de su padre, Juan José Esteban Puado.
Existen varias razones que nos empujan a coger un libro y zambullirnos en su lectura. Leemos para entretenernos, para pasar el rato, del mismo modo que podríamos estar mirando la televisión. En otras ocasiones leemos para aprender, para saber más, para alimentar esa curiosidad insana que tenemos algunos, y que no queda satisfecha con los movimientos de la gente de la farándula o con los picorcillos del gallito de turno de Gran Hermano.
En otras ocasiones, posiblemente las menos, y sin embargo las más intensas, leemos para alimentar el espíritu, para compartir sentimientos, para crecer como personas a través de las vivencias de otras personas, de sus recuerdos, de sus anécdotas, de su dolor. El libro de Mayte puede encuadrarse, a mi gusto y por pleno derecho, en esta última categoría, sin desmerecer en absoluto las otras dos, que también alimenta con rigor y amenidad.
Descubrí “La arena del reloj” tras leer la magnífica reseña que le dedicó Tatty en su blog “El universo de los libros”, que os invito a leer en el siguiente enlace:
En el libro de Mayte podemos encontrar muchos elementos capaces de remover nuestra conciencia, de despertar un sentimiento que, por desgracia, y como muy bien dice Mayte, se está perdiendo: el de la empatía, el de la facilidad para ponerse en el lugar del otro, vestir su piel, algo que antaño resultaba sencillo y gratificante, porque la gente vivía en sociedad, los niños jugaban juntos en la calle, las personas conocían su entorno y Madrid, es verdad, estaba compuesto por barrios más parecidos a pequeños pueblos. Resulta muy nostálgico, y bastante envidiable, el episodio en el que el padre de Mayte nos cuenta que a la muerte del abuelo Julito, cerraron todas las tiendas de la calle en que vivía. Hoy en día está todo enfocado a promover la soledad de las personas, desde la niñez a la madurez, lo que eclipsa esa empatía de la que hablábamos antes.
Mayte consigue la empatía absoluta a través de su libro. Meterse en la piel de su padre, sentir la vida que ha llevado, hacerse una con su padre. No resulta sencillo lograr algo así, pero sí que es cierto que los que hemos pasado por una experiencia similar hemos vivido la vida del otro durante un plazo de tiempo irregular. Hemos sufrido al abrir el sobre con los resultados de los análisis, hemos disfrutado cuando las noticias abrían una puerta a la esperanza, hemos llorado y reído con la intensidad que provoca la posibilidad de que todo acabe de repente. Hemos subido, en definitiva, a esa “montaña rusa” que define Mayte. No es algo sencillo de explicar, salvo si se ha vivido, y cuando se ha vivido, no hace falta explicarlo. Mayte es generosa, escucha a su padre, se vuelve niña de repente, como la hija pequeña que fue en un momento dado. Graba la historia de Juan José, su vida, su experiencia, su alma, y la comparte con nosotros con generosidad y sencillez, con la profesionalidad que muchas escritoras que se consideran o son consideradas consagradas no poseen. Resulta imposible dejar de leer cuando uno se sumerge en la arena de ese reloj que llenaba la vida de Juan José, la vida de todos y cada uno de nosotros.
Apenas aparece la enfermedad. Es un deseo que expresó el mismo Juan José cuando pactó con su hija la gestación de la historia de su vida. “Él no quiere hablar de ello, no quiere que en estas páginas aparezca por ninguna parte su enfermedad, es como si negándose a registrarla por escrito fuera a desaparecer”, escribe Mayte. El dolor está, pero eclipsado por las ganas de recordar, de contar la experiencia vital. Resulta inevitable sonreír en muchas ocasiones, como cuando Tere se cae de la moto de Juan José y se pega un culetazo de órdago, o como ante esa frase que le dirigía siempre el abuelo Julito al primo Antonio, “cerrojo, que eres más cerrojo que el de la iglesia de San Antonio”, que llevó al padre de Mayte a visitar dicha iglesia picado por la curiosidad, para comprobar que el tal cerrojo “era un instrumento de diez centímetros de diámetro y un metro de largo”.
Mayte consigue con el libro recuperar a su padre, al de verdad, al que bailaba con chicas en las fiestas, consiguiendo “una sesión de pisotones de un minuto y medio” por culpa de los permisos y exámenes que concedían las recelosas madres a los peticionarios. Al hombre que se desenvolvió con entereza y sacrificio en una España gris y medio en escombros, que con sus ideas y su inteligencia consiguió ganarse el respeto de los que compartían trabajo con él en la fábrica en la que pasó la mayor parte de su vida laboral. No conocemos al Juan José enfermo, y en eso consiste la maestría de Mayte, en ocultarle a su padre los miedos y el sufrimiento que sin embargo comparte con nosotros. Conseguir eso, la persona que fue antes de la enfermedad, es algo que buscamos los que hemos pasado por ello, y que sólo se logra con el paso del tiempo. A los dos o tres años, no antes, se difuminan esos últimos meses de dolor y aspecto demacrado, y vuelve a la cabeza la fotografía de la persona sonriendo y tal como era. El libro de Mayte ayuda, con su magia, a recuperar esa fotografía.
Cuando nacemos se pone en marcha el mecanismo invisible de nuestro reloj vital”, nos dice Mayte. De un reloj que no se sabe ni la arena que contiene, ni el tiempo que va a tardar en agotarse, ni el orden que van a adoptar los granos una vez que pasen al otro lado a través del estrecho agujero. La prosa de Mayte es elegante, amena, muy bien escrita. Intimista en sus momentos de dolor y de montaña rusa, emotiva al narrar a su padre. Un libro fácil de leer, que podéis encontrar en el propio blog de Mayte, en el siguiente enlace:
Os aseguro que os llegará al corazón y se instalará ahí para siempre.
Juan José Esteban Puado, hijo de Juan Esteban Moreno y de Pascuala Puado Sanz, ha resultado para mí un auténtico placer conocerle. Mayte Esteban, muchas gracias por presentarnos.