viernes, 13 de junio de 2008

La marcha Radetzky. Joseph Roth


Me cuesta catalogar esta novela de “Novela histórica”, sobre todo por lo denostado que está hoy en día un género que nos ha legado obras tan imprescindibles y tan alejadas de las inmundicias que se engloban hoy en ese género como “El nombre de la rosa”, la novela comentada hoy, o la trilogía de Claudio, de Robert Graves. Nada que ver, ninguna de estas novelas, con bodrios infumables como códigos Da Vinci, sábanas santas y todas las demás tonterías que invaden insolentemente las estanterías y las mesas de los centros comerciales. “La marcha Radetzky” es para mi gusto la segunda mejor novela histórica que he leído de todos los tiempos, solo superada por la inimitable “El nombre de la rosa”, el canon por excelencia del género, y a la que dedicaré sin duda una entrada algún día.

Para los profanos en lo que a música clásica se refiere, comentarles simplemente que la marcha Radetzky cierra todos los años el concierto de Año Nuevo que se retransmite al mundo desde Viena. Es inconfundible el toque de tambor inicial y las palmas de los encorsetados asistentes al concierto acompañando el ritmo de trompetas y timbales. Seguro que a más de uno de vosotros le ha despertado en más de una ocasión esa explosiva marcha militar, contemplada por vuestros padres mientras vosotros, con la cabeza resacosa y la garganta como papel de lija, tratabais de recuperaros de una noche de excesos.

La marcha Radetzky nos cuenta la historia de tres miembros de la familia Trotta, encumbrada por un suceso tan casual como anodino: el abuelo Trotta salvó a Francisco José, emperador del imperio Austro-Húngaro, de una muerte segura en la batalla de Solferino. Así de sencillo y así de triste. El abuelo, una persona del campo bastante sencilla, no acepta la mentira que supone que los libros de texto relaten su hazaña de una forma épica, cuando en realidad se había producido de la forma más tonta.

La novela narra de manera magistral la inevitable decadencia de la familia Trotta, fiel reflejo de la decadencia de toda una época de esplendor, de toda una sociedad encantadora y burguesa que se deshizo en pedazos a causa de la fragilidad de sus fronteras y de la variedad irreconciliable de los pueblos que la formaban. El Imperio Austrohúngaro desapareció después de la Primera Guerra Mundial, provocada por el asesinato del heredero en Sarajevo a manos de un nacionalista servio, pero había desaparecido mucho antes, al menos en espíritu, ante los inevitables avances del mundo en materias como logros sociales, técnicos e industriales. El imperio Austro-húngaro se asociaba inmediatamente al lujo, a las lámparas de araña, a los bailes de salón y a la colorista corte imperial, con las risas de la emperatriz Sissi impregnándolo todo. Lejos queda la revolución rusa, las reivindicaciones nacionalistas de servios y rusos, los continuos hostigamientos de Turquía y las pretensiones de Francia.

Desde la glamourosa Viena parecían más alejadas de lo que en realidad estaban las fronteras del imperio, y esto es algo que se refleja a la perfección en el acertado retrato que de esa encantadora sociedad nos hace Joseph Roth.

La parte correspondiente al abuelo apenas ocupa un par de capítulos del libro. Se habla de su solemnidad, de su parquedad de palabras, de su inmenso apetito y de la única vez que mostró cierta alegría, ante un retrato que pinta para el el amigo pintor de su hijo. Nada más. Su ridículo enfado ante la exageración de su acción en Solferino le empuja a entrevistarse con el mismo emperador, que respira aliviado cuando el buen hombre abandona el palacio imperial.

A partir de aquí, la historia se centra en los dos personajes principales: el jefe de distrito Franz Trotta, y su hijo Carl Joseph. El hijo y el nieto del héroe de Solferino, respectivamente. Durante una visita a su padre, el joven cadete conoce por casualidad a la esposa de un oficial, Slama. Resulta increíble la sensualidad que se desprende de la narración de la visita del joven a la casa, con la señora Slama insinuándosele y con el joven cayendo rendido ante los lazos del amor. Posteriormente, la mujer de Slama muere, y cuando Carl Joseph visita al oficial para expresarle sus condolencias, este le entrega, sin mostrar ningún signo que refleje el más mínimo sentimiento, un paquete con las cartas que el joven le había enviado a su amada. Resulta estremecedor leer esta escena, que se desarrolla bajo la lluvia y con el cadáver de la sensual Slama todavía caliente, pero más estremecedor resulta el encuentro de Carl Joseph con su padre en el café de la Villa, donde este le pregunta, sin mostrar tampoco ninguna alteración, si Slama le ha entregado el paquete de cartas.

La indiferencia ante el hecho de que Slama conociera las relaciones de su hijo con su esposa, se refleja magistralmente por parte de Roth en el comentario que el jefe de distrito le dirige al camarero que le trae la cuenta de la consumición que han tomado. “Dígale a la señorita que nosotros solo tomamos Hennesy”. Simplemente sublime.

Dejemos hablar un poco a Roth, en uno de los pasajes sin duda mejor escritos de la historia de la literatura:

“En aquel tiempo, antes de la Gran guerra, cuando sucedían las cosas que aquí se cuentan, todavía tenía importancia que un hombre viviera o muriera. Cuando alguien desaparecía de la faz de la tierra, no era sustituido inmediatamente por otro, para que se olvidara al muerto, sino que quedaba un vacío donde él antes había estado, y los que habían sido testigos de su muerte callaban en cuanto percibían el hueco que había dejado. Si el fuego había devorado una casa en alguna calle, el lugar del incendio permanecía vacío por mucho tiempo, porque los albañiles trabajaban con lentitud y circunspección, y los vecinos, a los que pasaban casualmente por la calle, recordaban el aspecto y las paredes de la casa al ver el solar vacío. Así eran entonces las cosas. Todo cuanto crecía, necesitaba mucho tiempo para crecer, y también era necesario mucho tiempo para olvidar todo lo que desaparecía. Pero todo lo que había existido dejaba sus huellas y en aquel tiempo se vivía de los recuerdos, de la misma forma que hoy se vive para olvidar rápida y profundamente”.

Uno de los personajes más singulares de la novela es Jacques, un anciano mayordomo que ya había servido al abuelo Trotta y que permanece al servicio del jefe de distrito. Este hombre permanece en su puesto hasta el mismo final de su existencia, lo que parece afectar bastante a su señor.

La trayectoria de Carl Joseph parece disgregarse gradualmente, como si nunca hubiera conseguido recuperarse del suceso con la señora de Slama. Sus dudas sobre su papel de militar le asaltan constantemente, y para dulcificar en cierto modo su tormento se entrega sin ningún pudor a placeres tan peligrosos como el juego, el alcohol y las mujeres fatales. Roth describe uno de sus episodios febriles:

“Soñaba, en voz alta, que los muertos le llamaban, y que ya le había llegado la hora de marcharse de este mundo. El viejo Jacques, Max Demant, el capitán Wagner y los obreros desconocidos muertos a tiros, todos se ponían en fila y le llamaban. Entre Trotta y los muertos había una mesa de ruleta vacía, sobre la que giraba la bola, que no movía mano alguna, y que sin embargo giraba constantemente”.

La novela transcurre hasta el momento en que el heredero al trono imperial es asesinado en Sarajevo. Sin entender muy bien las razones, todo el imperio se moviliza para participar en la guerra. En un ridículo episodio, en sus inicios, el joven Trotta es abatido a tiros mientras transporta unos cubos de agua. Una muerte absurda, que sume a su padre, con toda lógica, en una profunda depresión.

“La carta del comandante Zoglauer, que también había muerto, seguía en el bolsillo interior de la chaqueta del jefe de distrito. Cada día volvía a leerla y la mantenía así en su terrible novedad, como cuidan una tumba amorosas manos. ¿Qué le importaban al señor de Trotta los cien mil nuevos muertos que habían seguido a su hijo?. ¿Qué le importaban las órdenes apresuradas y confusas de sus superiores inmediatos, órdenes que aumentaban cada semana?. ¿Y qué le importaba que se hundiera el mundo, esa catástrofe que veía ahora con mayor evidencia que Chojnicki, el que en otros tiempos fue profeta?. Su hijo estaba muerto. Su propio cargo había terminado. Su mundo había desaparecido.”

Sin duda, una gran novela que conseguirá captar toda vuestra atención desde el principio hasta el final.

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