domingo, 6 de abril de 2008

Odessa. Frederick Forsyth


Antes de que Frederick Forsyth coqueteara con ese pensamiento más o menos ultraderechista que se le atribuye últimamente, mucho antes, diría yo (Odessa fue escrita en 1972), fue capaz de escribir dos auténticos monumentos a la literatura política de todos los tiempos. No creo equivocarme demasiado si afirmo que tanto “Odessa” como “Chacal” supusoeron un placer para los incipientes lectores de aquella época. Podría haber escogido cualquiera de las dos novelas para esta entrada, ya que me gustó una tanto como la otra, pero he elegido “Odessa” simplemente porque la adaptación cinematográfica que hizo de ella Ronald Neame en 1974, me pareció mucho más acertada que la que hizo de “Chacal” Fred Zinneman en 1973. De la considerada tercera gran novela de Forsyth, “Los perros de la guerra”, ni conseguí leer el libro ni, por supuesto, ver la película. Me pareció mentira, bajo la humilde opinión del lector incipiente que todavía era yo en aquella época, que un autor pudiera degradarse tanto en su tercera novela, después de haber escrito dos auténticos hitos de la literatura.

Creo que tanto “Chacal” como “Odessa” supusieron para los lectores de aquella época un éxito parecido al que han podido disfrutar hoy fenómenos como “El código Da Vinci” o “El ocho”, pero infinitamente mejor escritos. Quedaba todavía lejana en el tiempo la aparición de novelas como “El nombre de la rosa” o “La marcha de Radetzky”, que inaugurarían, bajo mi punto de vista, el gusto oficial por la novela histórica propiamente dicha. Los libros no eran entonces un artículo de lujo, como lo son ahora. La edición que tengo de “Chacal”, de Ediciones Reno (¿quien no tiene en su casa “Sinuhe el egipcio” de Reno?). Era un librito modesto, de tapas no blandas, sino blandísimas, coloreadas. La edición de “Odessa”, un poquito más cuidada, es de Plaza y Janés, el número 5 de una colección reciente, llamada “Manantial”, y costaba 75 pesetas, es decir, menos de medio euro. No puedo resistirme a copiar los cuatro primeros títulos de esa colección, que figuran en la sobrecubierta, y que constituyen por sí solos verdaderos iconos de los que por aquellos tiempos empezábamos a leer. El número 1, “El exorcista”, de William Peter Blatty. El 2, “Odessa”, el 3 “Avenida del parque 79, de Harold Robbins (¿no os acordáis?. Posiblemente el primer culebrón), y el 4, “Banco”, de Henry Charriere, que ya se había encumbrado por méritos propios con una obra tan fundamental y nostálgica como “Papillón”, que todos los que tenéis mi edad recordareis sin duda. Simplemente por hurgaros un poquillo en la conciencia, y para situar en cierto modo el campo de acción, os nombraré también “Pelma 1,2, 3”, la ya mencionada “Sinuhe el egipcio” o toda la saga de Sven Hassell, editada también por Reno.

“Odessa” tiene un comienzo fascinante. Dos personas mueren al mismo tiempo en 1963, el presidente Kennedy, en Dallas, y Salomón Tauber, en Alemania. Un reportero especializado en artículos sobre los bajos fondos, Peter Miller (interpretado en la película por John Voight, el padre de Angelina Jolie, para que nos entendamos) escucha por la radio la noticia de la muerte de Kennedy. Todos los coches de la autopista por la que circula se paran en el arcén, para escuchar mejor la tragedia.

Cuando llega a la ciudad, asiste a la retirada del cadáver de una anciano judío, Salomón Tauber, y poco después llega a sus manos un diario, en el que el anciano describe el triste devenir de su existencia en el campo de concentración de Riga, gobernado por el cruel Roschmann (en la película, Maximilian Schell). Cuando finaliza la lectura del diario, por el que ha sido completamente absorbido, Miller se propone encontrar a Roschmann, y para ello emprende una búsqueda por media Europa, entrando en contacto con personas implicadas en los sucesos protagonizados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, tanto de un lado como del otro.

Miller conoce a Simon Wiessenthal, el cazador de nazis, personaje real, que se dedicó en cuerpo y alma a perseguir a criminales de guerra nazis para entregarlos a la justicia. Este le pone en contacto con varias organizaciones, que van conduciendo a Miller hasta el mismo corazón de la organización conocida como Odessa, encaminada a ayudar a escapar a los nazis a Latinoamérica o a otros países, proporcionándoles una personalidad falsa y toda la documentación necesaria para que puedan escapar. Una vez en el corazón de la organización, Miller llega hasta el mismo Roschman, presidente de una gran compañía que se dedica a fabricar mísiles para los rusos.

Toda la novela está enfocada hasta este tenso encuentro, entre el periodista y el antiguo director de un campo de concentración en el que perdieron la vida más de 80.000 personas. El nazi, que parece no haber perdido nada de su ancestral falta de respeto por la vida humana, le pregunta al periodista “pero a usted, ¿qué le importa la vida de unos cuantos judíos más o menos?”, y se queda atónito cuando Miller le responde que nada. El lector se queda entonces también sorprendido, y se sorprende mucho más cuando le recuerda a Roschman un episodio del diario de Salomón Tauber, en el que se describía, casi al final del mismo, la huida que emprendió Roschman, acompañado de unos cuantos prisioneros. Al ir a coger un barco para escapar, un oficial del ejército alemán le cerró el paso, diciéndole que el barco estaba destinado a evacuar a heridos de guerra. Roschman no podía enfrentarse a un militar de un grado superior al suyo, así que simplemente, cuando el otro le volvió la espalda, le descerrajó un tiro en la espalda. Es entonces cuando nos enteramos, al final de la novela, de que aquel oficial era el padre de Miller.

“Odessa” está repleta de estrategias para escapar de los antiguos criminales de guerra nazis. Provoca una cierta desazón pensar que la mayoría consiguió escurrir el bulto, y que hoy en día, zonas como Denia, Altea o muchos pueblos de Málaga, además de una gran zona de Paraguay o Uruguay, pueden estar infestadas de ellos y de sus descendientes. Es posible que realmente existieran organizaciones como Odessa, financiadas por las ingentes cantidades de dinero que los nazis les robaron a sus víctimas judías. El mismo Forsyth, en la presentación del libro, agradece a todos los que le han ayudado a escribirlo, y a pesar de considerar que es una buena costumbre citar los nombres de las personas hacia las que va destinado ese agradecimiento, en el caso de “Odessa” es mejor no hacerlo, ya que muchos de sus confidentes son antiguos nazis que prefieren permanecer en el anonimato, y otros que, a pesar de no habérselo pedido, Forsyth considera más sensato que no se conozca su nombre.

Creo que fue a partir de este libro, y concretamente a partir del episodio final, cuando aparece el padre de Miller, un oficial alemán condecorado por la Wermacht al que le asqueaba la actuación de los nazis tanto como a cualquiera que no fuera alemán, cuando aprendí a separar el grano de la paja. Hasta entonces, para los profanos, tanto el ejército alemán como los nazis formaban parte del mismo infierno. La visión reiterada y repetida de películas en las que los alemanes eran tontos, y un grupo de comandos era capaz de derrotarlos casi sin pestañear (“Los cañones de Navarone”, por ejemplo, muy en boga por aquel entonces) había ayudado sin duda a fomentar esa idea. Fue a partir de la lectura de Odessa, de la lectura de los libros de Sven Hassell, en los que se muestra un odio feroz por parte del ejército hacia todo lo que oliera a nazi o a Gestapo, o a través de películas tan magníficas como “La noche de los generales” o “La cruz de hierro”, cuando comencé a tomar conciencia de que todos los ejércitos están compuestos de seres humanos, tan hartos de la guerra como el enemigo que tienen enfrente, y simples peones, en definitiva, de intereses inmundos en los que lo que menos prima es el respeto al ser humano. De una forma mucho más suave que la que se utiliza ahora en un fútil intento por reflejar lo mismo con algunos últimos títulos (“El señor de la guerra”, “El hundimiento”, “Diamantes de sangre”...), empezábamos entonces a tomar conciencia de la importancia que sobre cualquier otra circunstancia tiene en este mundo el derecho de todo ser humano, proceda de donde proceda, a ser respetado. Miller se convierte, por un interés personal tan admirable como novelesco (vengarse de la muerte de su padre), en el azote de uno de esos personajes, Roschman, que si se les deja son capaces de cargarse el mundo, a las primeras de cambio, de un par de misilazos.

“Odessa”, una gran novela que marcó toda una forma de escribir y de leer.